En 1968, Japón se convirtió en la segunda economía más grande del
mundo después de Estados Unidos, experimentando un crecimiento promedio de
hasta un nueve por ciento anual entre 1955 y 1973.
En Japón y Alemania, la
recuperación económica fue impulsada por las empresas con la lealtad de los
empleados bajo la promesa de aumento de los salarios y garantía de puestos de
trabajo de por vida, así como el desarrollo de productos innovadores que se
exportaron a todo el mundo.
Ya fueran los conglomerados de antes de la guerra como Mitsubishi o
Sumitomo, o las pequeñas empresas de antes de la guerra como el fabricante de
automóviles Toyota o nuevas empresas que son ahora marcas -familiares- como la
electrónica del consumidor del gigante Sony y el fabricante de automóviles
Honda –las empresas japonesas fueron instituciones rígidamente jerárquicas que
estrechamente se asemejaron a una familia o institución religiosa, según los
expertos. La estrecha coordinación del poderoso Ministerio de Industria ayudó a
impulsar el crecimiento económico.
Japón cayó detrás de China en términos de PIB anuales en 2010, para
tomar su actual tercer lugar a nivel mundial. Al asumir el cargo a finales de
2012, el primer ministro Shinzo Abe lanzó un agresivo plan de política
pro-gasto que también exigió reformas económicas y masivos estímulos del banco
central.
La lenta muerte de la cultura del empleo vitalicio y una mayor
dependencia del empleo a tiempo parcial u ocasional, significa que los
trabajadores de Japón, no las empresas que los emplean, asumen ahora casi todos
los costos de la flexibilidad limitada del mercado de trabajo.
Sin embargo, muchas empresas están luchando con la desaceleración de
China y la reciente volatilidad por la crisis griega, mientras el rol
protagónico de Alemania en la Unión Europea y su poderosa influencia sobre la
dirección de la moneda única de Europa está siendo escudriñada.
Fuente: (Semana, 2018)
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